¿no les digo? mis neuronas cada día están más desvencijadas. después de que en el lapso de una semana despertara de pronto con heridas, me corrieran del teatro, diera sendo trago accidental a una botella de líquido limpiador multiusos que me dejó la panza deshecha y la boca perfumada, me salieran enormes ronchas por una alergia nerviosa detrás de las rodillas y me pegara en el dedo chiquito del pie derecho, una nueva señal del apocalypso a gogó que se avecina me ha sido enviada.
alrededor de las siete y media de la noche, salimos nicole y yo de comprar unos deliciosos panecitos de “el globo”. ella compró uno de 7 cereales, y yo uno de trigo con semillas. pensaba comerlo acompañado de queso manchego y una buena dosis de aceitunas, cebollitas de cambray y alcaparras. caminábamos hacia la comercial mexicana de pilares, mientras en los rincones de mi boca se hacían olas al pensar en la cenita y buscaba en mi morral el celular que sonaba insistentemente.
terminó la llamada, y entré -celular en mano- a la tienda para ver unos muebles que mi amiga necesita para su casa. había un comedor plegable chiquitito, de cuatro sillas, muy mono él. inmediatamente me senté y me puse a investigar cómo se doblaban cada una de sus partes. luego vi un desayunador blanco, de madera clara, al que le inspeccioné los cajones.
salimos de ahí sin comprar, y nos dirigimos a mi casa. nicole iba a tomar el microbús en la calle donde vivo. eran las ocho y media de la noche. el camión tardó años en pasar.
cuando entré a mi madriguera, prendí la tele para ver el partido de los pumas. como no uso reloj, procedí a sacar del morral el celular para averiguar la hora. uuups. y mi teléfono? busqué entre mi ropa, en los pliegues del sillón, adentro del refrigerador, en el wc (por aquello de que otro celular mío decidió un aciago día suicidarse en el retrete), y nel, niguas, ni maíz, nada.
marqué el número para ver si daba señales sonoras de vida. al otro lado de la línea, oí que alguien contestaba para colgar inmediatamente. volví a marcar y el celular estaba apagado.
me derrumbé en el sillón al tiempo que intentaba recrear mis pasos y el movimiento de mis manos antes de llegar a mi casa. la calle… la llamada… la comercial mexicana… ajá. sí. ahí merito: la mesita del comedor plegable de la tienda. me puse las botas y salí corriendo a rescatarlo.
el final de la historia ya lo deben haber adivinado. nadie vio nada. he perdido para siempre el bello chulaistei orchulaigou que amorosamente me cantaba cada vez que alguien me llamaba. se fueron con él mi reloj despertador y los más de cincuenta teléfonos que le confié a la suave textura de su teclado. no los apunté nunca en una libreta, y la mayoría son números que no tengo manera de recuperar.
a ti que lo tenías anotado en tu agenda, por favor bórralo y mándame un mail o marca a mi casa para que me des tu número nuevamente. si acaso te alegra que yo ya no tenga manera de localizarte, entonces con un simple “ohhh qué pena lo de tu cel” tele-pateado me basta.
les dejo un beso. voy a terminar estas líneas para escribirle a santa claus mi cartita de navidad… y a que no saben qué le voy a pedir?
ahahh pues otro celular!!!