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III

Le he dicho muchas veces que morirse tan seguido es dar a luz un camino infinito de hematomas.

Que no hay Dios que ella se invente que le pueda regalar un universo plegable cada día, que el llanto suele ser mar corrosivo sobre todo al ordeñarse las heridas.

Que se calle, que el rugido temeroso atrae al rifle, que presumir las fauces rotas no atrae presas sino sombras.

Que se calle, que deje de gritar que sin él muerde la obscuridad clavada en las rodillas.

Que lo suelte, y que haga de su ausencia la pared donde reboten sus auroras.

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