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Insueño 1

Noche árida alrededor de la fogata. Da un sorbo al café negro y se pone en pie, alisando con sus manos la ropa de manta. Más allá del leve montículo de piedras hay un murmullo que la llama. Un murmullo como de escarabajos que despiertan, como de risitas nonatas. Camina hacia ellas, y cada paso es una ola bajo la espuma blanca de su falda.

Levanta la vista, sobre su hombro izquierdo. Han desaparecido las casas de campaña. Por sus cabellos baja una hilera de caracoles que cantan melodías ya olvidadas, notas que resbalan hasta el borde de sus senos y se despeñan y caen deshojadas.

Vuelve a alzar la mirada. Una ráfaga de viento helado hace temblar sus vellos como ramas. Hay una capa trenzada en un matorral seco. Ella la desenreda suavemente para ponérsela en la espalda. Es una capa de silencio y lana.

El frío calla. El canto y los murmullos rotos se hacen humo. Ella los sigue con los ojos hasta chocar contra un cielo absolutamente negro, vacío de luna, de estrellas enterradas. Una pequeña luz de fuego cae desde la noche y aterriza unos metros adelante. Al llegar al suelo forma una hermosa laguna anaranjada.

Moja sus pies, y la tibieza del agua vuelve sus tobillos transparentes, sus caderas cascabeles, mientras su cuello se llena de sueños y besos de arena cubren sus pestañas.

Amanece. Sólo encuentran un rosario de madera despintada. La zona del silencio esconde un pecho que, invisible, danza.

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