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y la leyó MUtar, y se engrapó los ojos a la noche más lejana para no saberla abierta, para esquivar la amorosa torpeza de sus alas, y la olió golpearse tercamente contra el foco y se tragó las manos para no palparla frágil, para no mancharse de ceguera la camisa, y la encontró de pronto disonante con su arritmia -tantas veces adecuada, tantas veces luna a la medida-, y rasgó con una tecla las miradas y el suéter de viento que tejían.

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