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sin querer queriendo

5 pm. la fila ligeramente “menos pior” que la del martes.

y ahí estaba yo, sin querer queriendo: calcetas de rayas grises y negras, zapatos enormes, falda, pantalón debajo, blusa de manga larga, bufanda kilométrica -negro todo, por supuesto-, peinado starwarsoniano de trenzas y raya en medio, y ojos casi casi como alfombra de terciopelo. cuando mi hermano me dijo, antes de ir al concierto, que traía look de darth vader combinado con la princesa leia, me dieron unas ganas terribles de ir a comprar una espada láser y retarlo a que me lo dijera de nuevo. sin embargo decidí que era ya muy tarde y me armé con celular, cigarros y monedero. mi acompañante estelar, compacta como es ella, con zapatos blancos, calcetas negras con estrellas rosas, blusa de red negra con una camiseta negra encima que decía “the rasmus” en color rosa. gorrita negra y, para rematar, crinolina blanca transparente encima del pantalón que le llegaba abajo de las rodillas.

la espera también fue un poco más benévola. en menos de dos horas estábamos ya entrando al salón 21. voy a confesar que realmente no soy tan fan de ese grupo, pero la insistencia y la ilusión de mi pequeña compañera eran tales que no pude negarme a ir con ella.

lo que sí dejé muy claro desde hace unos días, era que por ningún motivo aceptaría meterme a la bola de gente. ésa fue la única condición que puse. pararnos hasta enfrente, sí, pero a un lado del escenario, lo más al margen posible de los empujones y los codazos.

y exactamente ahí fue donde nos colocamos. para ser más precisa, al lado de las bocinas.

como era de suponerse, el lugar pronto se vió atestado. le dije a ella que se aferrara a la barra de contención y que por nada del mundo se soltara si la empujaban. no sé en qué momento dejé de verla.

encendí un cigarro. ya estaba desesperada porque todavía faltaba una hora para que el grupo comenzara a tocar. eran alrededor de las 8 de la noche. una señora con acento norteño y cara de amargada me preguntó que cómo era posible que me atreviera a fumar en un lugar cerrado. le contesté que si le molestaba mi humo se fuera al área de no fumadores. je. indignada, intentó echarme a andar a uno de los de seguridad. me bastó guiñarle un ojo para que él le dijera que yo podía fumarme la cajetilla completa si quería.

ah, pero vuelvo a escribir: no sé en qué momento dejé de verle. al apagar el cigarro, de pronto me di cuenta de que ya no había ni pa´ atrás ni pa´ adelante. había rebasado, unas cuantas bocanadas antes, el punto de no retorno. ahora estaba ahí, en el lugar en que por ningún motivo quise encontrarme. hasta enfrente, y casi a la mitad del escenario, rodeada por miles de teenagers histéricas cantando guilty ohohohohoh. no jodan. el 1.83 que esta noche fui, estaba siendo vapuleado sin clemencia, recibiendo todo tipo de zapes, pellizcos de nalga, jalones de pelo (mi hermoso peinado de ciencia ficción pronto se vio desmantelado) y un sin número de empujones y aplastamientos de callo. mi cuerpecito fue obligado a brincotear en medio de su desconsuelo. los de seguridad usaron mi espalda como rampa para sacar a un chavito como de 12 años que estaba a punto de ser machacado a cocolazos. mientras lo sacaban, él iba gritando “mi tenis, mi teeeeenis por favoooor”. pobre rockerito ceniciento.

frente a mí había una chamaca que apestaba a mercado de mariscos. juro que si en algún momento estuve a punto de desmayarme no fue por la emoción ni por el apachurre de costillas, sino por el olor tan inhumanamente humano que emanaba de esta niña.

había otra, demasiado chaparrita, detrás mío. seguramente medía unos 25 centímetros menos que yo. mi cuello y mi cabeza le estorbaban tanto, que en varias ocasiones me agarró por los hombros y me usó de trampolín para dar una serie de frenéticos saltos. tuve que agarrarle una mano y retorcerla para que se medio apaciguara.

me sentí como en aquellos masivos de siempre en domingo, cuando menudo subía al escenario y había decenas de desmayadas y cientos de escuinclas llorando. aclaro: nunca fui a uno de esos conciertos, y tampoco me gustaba menudo (aunque me supiera todas las canciones).

a mi lado izquierdo un mastodonte del sexo masculino intentaba abrirse paso. cuando hubo llegado al lugar de su agrado, se instaló ahí, hasta que una mirada de metralleta por mi parte le hizo desistir del afecto que en cuestión de segundos había comenzado a prodigarle a mi trasero.

llegó la hora de quitarme la bufanda y aventarla. cualquiera podria haber pensado que me encontraba en un estado de éxtasis y entrega fanática. pero no, ya dije que el grupo ni siquiera me gusta tanto. simplemente era cuestión de arrojarla o morir estrangulada con mi propia indumentaria.

un codazo en la cara. un vaso de cerveza desmaquillándome. hubo un momento en que estaba parada en un sólo pie. no había espacio suficiente en el piso para apoyar el otro. entonces intenté hacer un experimento, y ví que si aflojaba todo el cuerpo, y levantaba la única pierna que me sostenía, ¡oh maravilla! mi esqueleto entero se mantenía suspendido por las fuerzas contrarias que lo aplastaban.

fue cuando empecé a ceder, a comunicarme de a codos con los otros, a corear pedacitos de las pocas canciones que me sé, a silbar con los dedos en la boca, a brindar con sudor y movimiento.

y no voy a negar que sí, que por un momento y a pesar de todo, fui feliz, sin querer queriendo.

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