… y toda la geografía de su cuerpo le temblaba y le sollozaba el deshielo de cada estalactita colgada de su espalda.
La exploró entera, con océanos de hambre brotándole del alma.
Y sus senos eran la tierra prometida y entre su vientre de musgo él encontró una gruta edénica, una pupa celeste para guardarse y pasar el resto de sus días y beber y comer de ella, del mazapán dulce de su amor a contrapelo.
Llegó puntual, treinta y dos años a destiempo.